Chuck Klosterman combina el periodismo musical y la crónica viajera para narrar la historia de su odisea automovilística de veintiún días y 10.552 kilómetros (los que separan la habitación del hotel Chelsea, en la que Sid asesinó a Nancy, de la casa en la que se suicidó Kurt Cobain en Seattle) en busca de toda una serie de lugares relacionados con la muerte de roqueros célebres. El motor de su periplo, sin embargo, no es el puro morbo, sino un genuino interés por indagar en el sentido del amor, la vida, la muerte y la fama, con la esperanza de lograr llegar a responderse las siguientes preguntas: ¿Es morir lo único que le garantiza un legado a una estrella del rock? ¿Acaso son los accidentes de avión, las sobredosis, los incendios y los suicidios con armas de fuego la verdadera puerta de la inmortalidad para un artista? Y en tal caso, ¿por qué?.
En el transcurso de su viaje, Chuck visitará el emplazamiento de los accidentes mortales de Lynyrd Skynyrd, Duane Allman y Buddy Holly, así como la encrucijada en la que Robert Johnson le vendió su alma al diablo; visitará Graceland, el río en el que se ahogó Jeff Buckley y el pueblo de Rhode Island donde un centenar de fans del grupo Great White fallecieron atrapados en un incendio; escuchará los álbumes que grabaron en solitario los miembros de KISS y analizará el modo en que el disco Kid A, de Radiohead, vaticinó los acontecimientos del 11-S; se las tendrá que ver con serpientes venenosas, canales de televisión cristianos y camareras filósofas; también presenciará el fin de tres relaciones sentimentales: una por voluntad propia, otra por casualidad y la última por agotamiento. Todo, para saber por qué el acto más importante que puede hacer un músico por su propia carrera es dejar de respirar… y qué significa eso para todos nosotros.
«A veces, cuando eres copiloto en un viaje por carretera, te lo estás pasando tan bien charlando con tu colega, contemplando el paisaje por la ventanilla y escuchando música de primera que, cuando llegas a tu destino, te sientes reacio a parar y bajar del coche. Es la sensación que transmite este libro».
— Gregory Kirschling, Entertainment Weekly
«Un texto desmitificador y en ocasiones francamente divertido. Klosterman escribe con la acidez suficiente como para que coloquemos este libro en una estantería especial, muy cerca de Hunter S. Thompson y Robert Greenfield».
— Javier Pérez de Albéniz, El Cultural
«Absorbente y conmovedor, hilarante y a la vez doloroso. Nadie entiende la identificación a través de la cultura popular mejor que Chuck Klosterman. Matarse para vivir es un libro tremendamente divertido, astuto, perspicaz… y, sin embargo, increíblemente sensible».
— Elizabeth Bromstein, Now Magazine
«Gracias a Dios que Chuck vive como vive y que escribe como escribe para contárnoslo. No es simple autobiografía, es una expresión vital de veracidad.
— Douglas Coupland